Entre el 12 y el 14 de abril de 1976, la dictadura secuestró a ocho personas en Remedios de Escalada. Fue una de las masacres más crueles de la dictadura. Cuatro de los secuestrados vivían en Magallanes 1748.
El 12 de abril fue secuestrado Hugo Goyeneche. Entre la noche del 13 y la madrugada del 14 desaparecieron Julia Rosa Dublansky; Carlos Alberto Gil; Nélida del Valle Santervaz; Fernando Roldán, Aída Cecilia Rodríguez, Miguel Ángel Roldán y María Rita Giordano.
Fernando y Miguel Ángel Roldan eran hermanos y estaban casados respectivamente con Aída Rodríguez y María Rita Giordano. Los cuatro vivían en Magallanes 1748, donde funcionaba de manera clandestina la unidad básica Leopoldo Marechal.
Siete de los ocho secuestrados (todos menos Goyeneche) fueron trasladados a Moreno. Los llevaron en transportes del Ejército a la zona de El Manantial, cerca del dique Cascallares. Allí fueron asesinados, todos del mismo modo: dos disparos en el torso y uno en la cabeza. Un vecino de la zona vio llegar los transportes militares y escuchó los tiros. Luego pusieron los cuerpos en fila, los embolsaron, un médico labró actas NN y los llevaron a la morgue de Moreno. Allí estuvieron hasta octubre de 1976, cuando la familia Roldán fue notificada de la “aparición” de los cuerpos.
Un niño de 5 años, Ulises Roldán, hijo de Fernando y Aída fue testigo del secuestro de sus padres y de sus tíos Miguel Ángel y María Rita.
-Estuve despierto durante todo el procedimiento. Una de las imágenes es que mi hermano y yo dormíamos en una cama de una plaza, juntos. Dormíamos cruzados, mi cabeza con los pies de él y su cabeza con mis pies. Recuerdo estar con la cabeza levantada, mirando hacia la cama de mamá y papá y verlos a ellos sentados, con las manos en la espalda y la cabeza tapada. A los pies de mi cama, un militar vestido de militar, con armas largas, mirándome. Otra de las imágenes que tengo era un comedor grande que teníamos como mobiliario: esas sillas de jardín, de alambre, y al lado una heladera Siam abierta y el piso lleno de papeles, de libros. La tercera imagen que tengo es mi primito Homero en la cuna, solo. La cuarta imagen es una habitación oscura y una cortina larga, color ocre”, recuerda Ulises, ya adulto.
“Esa noche me despierto por los ruidos: tiraron la puerta abajo. En el dormitorio había dos militares. El que estaba al lado de la cama de mi viejo tenía su guitarra criolla en la mano. El otro nos miraba a nosotros. Después de revolver todo se lo llevan al comedor. Y después, cuando se van, mis viejos no estaban más. Me levanto y empiezo a mirar, todo revuelto, todo dado vuelta. Hay un pasillito que conecta al fondo, con una pieza donde vivían mis tíos Miguel y Rita y mi primito Homero, que en ese momento tenía un año. Lo despierto a mi hermano Diego, que estaba durmiendo –gracias a Dios él no vio nada– lo siento en la mesa donde nos sentábamos a comer, uno al lado del otro”, continúa su estremecedor relato Ulises.
A Ulises lo rescató una vecina, Dora, que vivía enfrente. Dora años después le contó que cuando llegó a la casa vio a los dos hermanitos abrazados. Y lo llevó a su casa. Los acostaron al lado de la cama de Dora y al rato trajeron a su primito Homero.
La resistencia de algunos vecinos impidió que los secuestradores se lleven también a los tres niños.
Según le contó Dora a Ulises, a la mañana siguiente, cuando se despertó, miró hacia afuera y vio la puerta de su casa, abierta de par en par. Entonces le dijo que quería cruzar para ir a buscar las zapatillas, porque si no se las ponía, su mamá se iba a enojar. Dora no supo qué decirle.
Luego llegaron unos compañeros de la Facultad de su padre en un Citroën y los distribuyeron: Ulises y Diego fueron a la casa de sus abuelos maternos; Homero, fue con sus abuelos paternos. Durante varios meses, un hombre que decía ser comisario visitaba la casa de los abuelos de Ulises a pedirle plata para mantener bien a sus padres, que, mentía, estaban detenidos. Los abuelos vendieron todo lo que tenían, joyas, oro, para darle plata, pero luego de un tiempo el hombre no vino más.
Seis de los ocho desaparecidos durante la Noche negra de Escalada eran militantes de la llamada “Tendencia Revolucionaria” del peronismo. Rita y Cecilia no tenían militancia política.